La Solidaridad El 26 de agosto fue declarado el Día Nacional de La Solidaridad en homenaje a la Madre Teresa de Calcuta en conmemoración a su nacimiento en 1910. La Solidaridad es uno de los 5 principios filosóficos para que una sociedad funcione bien y se encamine a su verdadero fin. Es una virtud a nivel individuo y un sentimiento a nivel grupo. El valor de la solidaridad se desarrolla cuando: - Escuchamos con simpatía e interés, a quien propone alguna mejoría para todos. - Preguntamos y nos disponemos para participar. - Somos servidores de los demás, no únicamente de nosotros. - Comprendemos el daño que ocasiona a todos ser indiferentes a las buenas causas. - Disfrutamos el valor del trabajo en grupo, cumpliendo lo mejor posible nuestros compromisos. Juan Pablo II lo expresó claramente. “El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas”. Para buscar una solidaridad con alcance social, que tenga repercusión tangible en la comunidad, no podemos dejar de lado la solidaridad personal entre individuos que se saben iguales. Sería mentira decir que nos preocupamos por la sociedad, o por los necesitados en general, si cuando se nos presenta la ocasión de ayudar a una sola persona necesitada, no adoptamos una verdadera actitud solidaria. El empeño por la solidaridad social adquiere valor y fuerza en una actitud de solidaridad personal. Lo que debe empujar a un hombre a ser verdaderamente solidario no es, en ningún momento, el hecho de que con eso se vaya a conseguir algún beneficio personal, sino la verdad de que esa otra persona es precisamente eso: una persona. La convicción de igualdad y la virtud de la caridad son las que deben impulsar un acto solidario. Si la solidaridad no es impulsada por la convicción y la virtud, ¿qué sucede? Sucede, que cuando a un acto materialmente solidario le falta alguno de estos dos elementos, está viciado y no puede llamársele formalmente solidaridad. Aquél que da una billete de veinte pesos a un pordiosero, materialmente hace algo bueno: el pordiosero podrá comer o comprarse algo; pero si este acto lo hace para que otras personas lo vean, para aparentar caridad, para ganar unos cuantos votos, entonces ese acto, que es materialmente bueno y solidario, se convierte no sólo en un acto deplorablemente infructuoso, sino además en un acto definitivamente egoísta y repugnante, que lejos de engrandecer a la persona, la empobrece. Queda claro entonces que, para que un acto pueda ser considerado verdaderamente solidario, necesita de estos cuatro elementos: 1) Que sea materialmente solidario 2) Que se funde en la convicción de igualdad 3) Que sea hecho por caridad, por amor al prójimo 4) Que sea realizado con rectitud de conciencia. La verdadera solidaridad requiere que trabajemos para eliminar las raíces de la miseria humana, tanto propias como ajenas, incluso si esto requiere algún sacrificio por nuestra parte o haya que dar de nuestras necesidades y no sólo de “lo que nos sobra”. La solidaridad también significa compartir los bienes materiales con otros, especialmente con los pobres de este mundo, hacia los que deberíamos tener un amor preferencial. La solidaridad debe ser verdadera, tangible, cierta, sincera. Debe ser activa, perseverante, constante. No es posible confundirla con un vago sentimiento de malestar ante la desgracia de los demás. La solidaridad es entrega y, por lo tanto, diametralmente opuesta al deseo egoísta que impide el verdadero desarrollo. La solidaridad es unión, mientras que el egoísmo es aislamiento. La solidaridad favorece el desarrollo; el egoísmo, la pobreza. La solidaridad aprovecha los bienes, los distribuye, los comparte, los multiplica; el egoísmo, los corrompe, los hace estériles, los pervierte para hacer de los bienes plataformas de podredumbre, de riquezas desbordantes de inutilidad y vergüenza. La solidaridad es parte de nosotros, está en la naturaleza misma del ser humano y se relaciona directamente con su también naturalísima tendencia social. Es este sentido, podemos decir que las tendencias humanas que se oponen a la solidaridad son no sólo negativas, sino también antinaturales; son señales patológicas en una persona que no reconoce la dignidad de la persona humana ni se ha dado cuenta, ciego de avaricia, de que todos somos verdaderamente responsables de todos. Así como la solidaridad nos humaniza; la falta de ella nos pervierte, nos aleja, nos hace negar nuestra propia naturaleza. Oponerse a la solidaridad es oponerse a la naturaleza social del hombre, y equivale a afirmar que uno es autosuficiente, que no necesita de otros, que los otros no le merecen, que no le debe nada a nadie. No escuchar el llamado a la solidaridad es una acción que desvirtúa al ser humano para convertirlo en un ser solitario, egoísta, fuera de la realidad, alejado de los otros hombres, duro de corazón, profuso para exigir, pobre para ofrecer. Querer olvidar la solidaridad y observar con los brazos cruzados las necesidades de los que nos rodean es un síntoma de un profundo egoísmo, una irreparable ceguera o una asombrosa ingratitud. El ser humano es un ser social, necesita de otros y los otros necesitan de él. Por eso amigos, no podemos negar la necesidad inmediata de la solidaridad verdadera en todos los hombres. Pero hay algo que no debemos olvidar, a la solidaridad, más que sentirla hay que ejercerla. Muchas gracias Agosto 2009 |
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